El Obispado está decidido a poner orden en las cofradías y nunca es tarde si la dicha es buena
IGNACIO A. CASTILLO
No alcanzo a entender lo que está pasando últimamente en el mundo de las cofradías y no me identifico con esas formas de actuación que tienen como objetivo alcanzar el poder a través de la mentira y la difamación, formas que distan mucho del carisma de hermandad que debe de presidir este tipo de instituciones que forman parte de la Iglesia, a la que se le debe obediencia. El Obispado está decidido a acabar con estos problemas electorales que tan mala imagen están dando de los cofrades por culpa de algunos que no pueden ni deben ser calificados como tales.
No me considero un Santo Varón, pero no me resigno a que me metan en el mismo saco. Permítanme. Es que no me da la gana. ¡Por Cristo y por la Virgen! ¿Pero qué está pasado? Pero si en una cofradía hay que estar, precisamente, por Cristo y por la Virgen y por vocación de servicio a la hermandad y a sus hermanos. Nada más. ¿Que extraño y oscuro objeto de deseo ven en el cargo aquellos que quieren encaramarse a la dirección de una hermandad a toda costa? ¿Qué creen que van a encontrar siendo hermano mayor o secretario? Pues trabajo y más trabajo, nada más.
Un martillo, un bastón o estrecharle la mano al alcalde un segundo antes de la salida no compensa, en absoluto, las largas horas que durante todo el año dedica el cofrade de verdad a su corporación. Es absurdo pensar eso. Sólo lo compensa el esfuerzo y comprobar, con gran satisfacción, que tu dedicación logra sus frutos al cumplir con tu obligación de fomentar la devoción a tus sagrados titulares y de compartir tu vida con tus hermanos.
Los cofrades no somos más que un grupo de malagueños más, con sus obligaciones y con su familia, que encuentra en las cofradías una forma de expresar y vivir su fe, y de ayudar al prójimo, al que más lo necesite. Que derrocha su tiempo libre voluntariamente por su cofradía y en beneficio de su ciudad, aprendiendo de sus errores y regalando sus aciertos. Y que busca un sentido más auténtico en las formas y un espíritu cristiano más profundo.
Quien no lo entienda así, sinceramente sobra. Claro que sobra, no todo vale en las cofradías ni deben pagar justos por pecadores ni es lógico ni lícito moralmente que se dé una imagen de división en una corporación cuando ésta no existe.
La intervención episcopal se hace más que necesaria a raíz de los últimos episodios, tristes, que se han vivido durante estos meses y semanas. Hay que poner fin a este disloque cofrade.
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