«¡Este es el día de la salvación!» Ciertamente que no hay estación que no esté llena de los dones divinos; la gracia de Dios nos procura en todo tiempo el acceso a su misericordia. Sin embargo, es ahora que todos los corazones deben ser estimulados con más ardor a su crecimiento espiritual y animados a una confianza mayor, porque el día en que fuimos rescatados nos invita a todas las obras espirituales para su regreso. Así, con el cuerpo y el alma purificados, celebraremos el misterio que sobrepasa a todos los demás: el sacramento de la Pascua del Señor.
Tales misterios exigirían un esfuerzo espiritual constante..., para permanecer constantemente bajo la mirada de Dios, tal como debería encontrarnos la fiesta de Pascua. Pero esta fuerza espiritual se encuentra sólo en un reducido número de personas; a nosotros, en medio de las actividades de esta vida, a causa de la debilidad de la carne, el celo se afloja... El Señor, para devolver la pureza a nuestras almas ha previsto el remedio del entrenamiento durante cuarenta días en los cuales, las faltas cometidas en otro tiempo puedan ser rescatadas al precio de las buenas obras y hechas desaparecer por los santos ayunos... Procuremos con solicitud obedecer el mandamiento de san Pablo: «Purificaos de toda suciedad tanto de la carne como del espíritu» (2C 7,1).
Ahora bien, que nuestra forma de vivir esté en consonancia con nuestra abstinencia. El auténtico ayuno no supone tan sólo abstenerse de alimentos; no aprovecha nada quitar los alimentos al cuerpo si el corazón no se vuelve contra la injusticia, si la lengua no se abstiene de la calumnia... Este es el tiempo de la suavidad, de la paciencia, de la paz...; que hoy, el alma fuerte se acostumbre a perdonar las injusticias, a no tener en cuenta las afrentas, a olvidar las injurias... Pero que la penitencia espiritual no sea hecha con tristeza sino santa. Que nadie pueda oír el murmullo plañidero porque nunca faltará la consolación de las alegrías santas a los que viven como se ha dicho.
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